sábado, 18 de octubre de 2008

Lunes 29 de septiembre de 2008

0:21

Nuevamente en casa de Paulo. Ya debería traerme mis cosas y vivir aquí con todos también, ya estoy a un paso de ello. Supongo que podría adaptarme, sería padre y me la pasaría bonito también. Hace tiempo hubiera sido mi sueño dorado por estar cerca de Javi. Ahora, es simplemente una posibilidad agradable. Y es que hubo un problema con Octavio (no me corresponde hablar al respecto) y Paulo llegó incluso a pensar en sacarlo de la casa y me ofreció quedarme en caso que pasara. La verdad es que lo consideré y podría adaptarme, pero no sé... aún tengo que pensarlo.

Sería interesante, terminar viviendo con mi ex. Y no es cualquier ex, sino EL ex, aunado al hecho de que sus padres me odian (luego de 4 años aún no me superan) y que además vería también muy seguido a Jorge Luis. Por un lado, todo eso es malo por mi salud mental y emocional y podría tener un ataque y quebrarme en cualquier momento. Por otro lado, poder aprender a convivir con ellos sería una muestra de madurez por mi parte. Cada opción tiene lo suyo, y no sé aún por cual me decidiría, aunque estoy inclinado más a la opción de quedarme y enfrentarlos. Tengo miedo, es cierto, pero debo aprender a superar ya estas cosas.

Y parece que todo hoy fue un "deja ir a Javi". Fuimos al Festival de la canción para escichar tocar a Carita, y mientras pasaban las otras bandas hubo más de una canción que me pegó como un gran autobús escolar. Entre ellas destaca la de Adiós, donde habla de dejar ir ya a la persona, sacarla de tu vida y seguir adelante, con la cabeza en alto y sin mirar atrás. Y justo antes de que iniciara la canción, pasaron una frase que me llegó a lo más profundo del corazón: "A veces la fuerza del destino es más fuerte que la fuerza del corazón; cuando no se puede ganar es mejor decir adiós...". Dios... fue tan fuerte cuando la leí. Me pegó como la verdad máxima, y lo peor es que entendí que si eso es lo que pasa con Javier entonces ya es hora (y lo fue desde hace mucho) de soltarlo y dejarlo ir. Yo, debo aprender a seguir mi camino por mi cuenta, con o sin nadie a mi lado. Y si ahora puedo contar con Leo qué bueno, pero ya no dejaré que un hombre sea el centro de mi vida.

2:05

Creo que la lectura feminista me hace daño, debo evitar leerla. O buscar la manera de lidiar con lo que provoca en mí. Y es que saca mi lado más gay, pasivo, sumiso y romántico, y al igual que las mujeres en dichos libros me quiero entregar por completo a mi hombre, sentir su virilidad y complacerlo en todo. Más que nada, quiero sentir su virilidad, su hombría, sentir su poder y control sobre mí, sentir que me hace suyo, sentir cómo entra en mí y me llena de él, y me entrego por completo sin dudas ni pudor. Eso es exactamente lo que pasaba con César.

Es el único hombre al que decidí entregarme como pasivo completamente sin oponer resistencia alguna. Algo tenía el niño (además de ser realmente guapo) que hacía que no me pudiera resistir a él. Tal vez fue también su carácter para conmigo, siempre tan dulce, cariñoso y caballeroso (antes de cortar la primera vez), lo que me hizo caer. Tenía un encanto mágico, una virilidad avasalladora y cautivante, un poder de seducción irresistible. Todo en él era una invitación a que entrara en mí y me poseyera. Y lo peor (o mejor) de todo, es que disfrutaba infinitamente con ello, lo ansiaba y gozaba al por mayor y siempre quería más y más. César se convirtió en el centro de una lujuria y pasión que no había conocido hasta entonces.

Arráncame la vida y La muerte me da fueron dos de los libros que leí estando con él, ambos de autoras mexicanas. Y ambos sacaron mis más bajas pasiones y despertaron mi fuego interno, y obviamente mi objeto de deseo y satisfacción era César. Si normalmente nunca podía decirle que no, cuando terminaba de leer otro fragmento de alguno de los libros era peor aún. Incluso escribí un poema titulado Virilidad sesgada (haciendo alusión a los hombres castrados en La muerte me da) donde plasmo ese deseo que me quemaba por sentir cómo me penetraba y poseía como sólo él sabía hacer. Y los libros me volvían también sumiso, ya que no podía decirle que no, hacía caso de todo lo que decía y le creía cada palabra que me decía. Podemos decir que estaba enamorado, pero yo creo ahora que más bien estaba embobado o apendejado. Y es que la línea que separa una cosa de otra es tan sutil que uno no se da cuenta cuando la cruza.

Y ahora leyendo Fanny Hill mi líbido vuelve a crecer, y vuelvo a desear tener un hombre como César (o incluso a César) para poder saciarlo en él. Siendo la historia de una mujer, los efectos son los mismos que antes y ardo en ganas de volver a ser pasivo. Obviamente con leo no podría satisfacer tal deseo, y la verdad no tengo ningún problema con ello, pero resurgen viejos deseos. Dejémoslo en que es sólo por causa del libro y que es el efecto que produce (ya me había advertido Pau al respecto de ello), y que pasará tranquilamente luego de leerlo. Pero seguramente mi líbido crecerá tanto que de verdad necesitaré saciarlo de alguna manera, ya sea pasivo o activo. Por otro lado, mi corazón no me permitirá hacerlo por el cariño que le tengo a Leo (ya aprendí mi lección sobre poner cuernos con Chucho), o en todo caso hará que me sacie eb él. Y honestamente, no me opongo y hasta apoyo esta última opción.

Tengo ya tanto sueño, faltan veinticinco a las tgres, pero no puedo ir a dormir por ahora. Luego de que Paulo me comentó hace ya buen rato que Javi se sobresaltó la última vez que me quedé en su cama (por otro lado, él ya estaba dormido cuando me acosté), decidí que lo mejor sería entonces mantenerme despierto hasta las tres que Paulo despierte a estudiar e intercambiar lugar con él. Así, él baja y se sienta a estudiar mientras yo me subo a su cama a dormir y descansar un poco. Y deberé aprovechar, porque me levantaré temprano para irme con él y que me lleve a mi cuarto. Ya llegando ahí descansaré un rato más y luego le hablaré a Leo, tal como quedamos ahce rato, y luego no sé. Quizá me vuelva a dormir antes de ir al Tec a llevarle un libro a Leslie e irme de ahí por mi niño.

Realmente ya ni ganas tengo de escribir, daría lo que fuera por poder acostarme ya, pero debo aguantar quince minutos más. Escribiendo puedo mantenerme despierto más fácil que leyendo, porque así me arullo y sucumbo ante Morfeo. Por otro lado, mi razonamiento y mis escritos en este estado a veces no tienen coherencia, y menos si sólo escribo por escribir para llenar espacio y mantenerme despierto y pensando. Lo mejor de todo es que a pesar de todo puedo seguir escribiendo aunque no hable de nada (como ahorita) y ya con eso cumplo con mi cometido de distraerme de aquí a que despierte Paulo. Y por lo visto puedo divagar tanto en este estado somnoliento que empiezo a escribir como si fuera corriente del pensamiento, pero no puedo hacerlo porque no es el propósito de este diario. Además, nadie entendería ni un carajo de lo que pusiera en un texto así, ya me ha pasado.

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